La agricultura urbana, ¿en el juego de una
redistribución de poderes? - El ejemplo de la ciudad de Rosario
Entrevista con el geógrafo
argentino Andrés Barsky, investigador del Instituto del Conurbano (Univ. Nac.
de General Sarmiento) y docente (FLACSO).
Por Nueva Sociedad
La agricultura urbana se difunde cada
vez más como una práctica social que vuelve a “traer el campo a la ciudad”. Sus
detractores la consideran una actividad terapéutica de ciertas clases
acomodadas, mientras que sus defensores la ven como una de las posibles
soluciones a muchas de las dificultades actuales de la región: inseguridad
alimentaria, hambre, desempleo, consumo con altos costos de carbono, para
nombrar algunas.
Lo cierto es que en América del Norte y Europa la práctica se está
integrando a los planes de ordenamiento territorial y de las ciudades. En
América Latina y el Caribe (ALC) hay algunos ejemplos de institucionalización
son exitosos pero siguen siendo marginales. Sin embargo, la agricultura urbana
ofrece perspectivas interesantes para la región. El vaciamiento del campo para
alimentar la creciente urbanización plantea el desafío de la producción de
comida de proximidad. Por otra parte, los efectos notorios del cambio climático
recuerdan la necesidad de un consumo más responsable. La agricultura urbana
propone respuestas, apuntando a un consumo más local y un posible
involucramiento de migrantes rurales, así como de jóvenes muy capacitados para
desenvolverse en las huertas más innovadoras.
La agricultura
urbana es una práctica cada vez más integrada a las políticas públicas en
Europa y Estados Unidos, pero no parece generar el mismo entusiasmo en nuestra
región. ¿Qué puede explicar esta falta de interés aquí?
Existen otras
prioridades en la agenda pública, en las ciudades y en sus cordones
periurbanos. Hay una serie de temas que en el día a día de la gestión adquieren
prioridad, por ejemplo la necesidad de expandir las infraestructuras, generar
empleo o enfrentar situaciones de violencia urbana relacionadas con la
denominada “inseguridad”. En este contexto, resulta difícil pensar en el
surgimiento de una demanda social para el desarrollo de la agricultura urbana.
Entonces, tampoco transciende a la agenda política.
En particular, se
nota en Europa la integración de la agricultura a los planes de ordenamiento
urbano y territorial, pero en ALC parece quedar en manos de la sociedad civil.
¿Qué puede explicar que no se perciba como una herramienta de política pública
en la región?
Antes que nada, hay
que aclarar que en la región son pocas las ciudades que han concretado un plan
de ordenamiento de amplio alcance urbanístico. Las ciudades de Rosario en
Argentina, Medellín en Colombia y, particularmente, Curitiba en Brasil han
realizado importantes esfuerzos en esa dirección. Vale mencionar que la
agricultura urbana se integró como parte de un plan de mejoramiento de la
ciudad, pero no con metas explícitas de abastecimiento alimentario.
En términos
concretos, dedicar espacio urbano a la agricultura también tiene su dificultad.
Primero, porque en la región las ciudades han transitado por procesos de
urbanización muy intensos, lo cual puso mucha presión sobre el precio del
suelo. Como las infraestructuras no siguieron el ritmo de crecimiento de la
ciudad, se potenció lo que se denomina el efecto “aglomerativo”: para mejorar
su calidad de vida, diversos sectores de la población pugnan por vivir en los
lugares servidos con mejor infraestructura, los cuales terminan resultando
saturados. En este contexto, cada porción de suelo se valoriza, y es muy
difícil que se lo dedique a espacios verdes o agricultura. Además, la
agricultura urbana y periurbana presenta varios problemas: baja consideración
social, riesgo económico y climático, alta competencia de otros sectores
laborales como la construcción en términos de salarios, falta de coordinación
entre zonas productivas, bajo nivel de integración a planes nacionales y escasa
organización política entre sus trabajadores.
La agricultura
urbana ha funcionado bien como instrumento de política pública en momentos de
crisis, como vimos en Argentina en 2002. En ese contexto se consolidó el
programa ProHuerta, el cual tuvo un importante alcance en ese momento. En la
actualidad, hay más de 600.000 huertas familiares relevadas en Argentina (la
mayoría en zonas urbanas), pero desde un punto de vista económico no se puede
considerar su rol como central en lo referido al abastecimiento urbano. Tiene
relevancia desde un punto de vista social. Cuando se recuperó la economía y
creció el trabajo asalariado, muchas personas dejaron de producir en las
huertas. Por lo tanto, más allá de estos momentos excepcionales, es difícil que
los gobiernos de la región enfaticen su accionar en la agricultura urbana.
Una de las
principales críticas a la agricultura urbana es que no sirve para luchar contra
el hambre. ¿Puede plantearse como parte de la solución a la inseguridad
alimentaria y el hambre en la región?
Lo que se ve por
ahora es que la producción urbana apunta principalmente al autoabastecimiento
de los hogares, mientras que la agricultura periurbana produce alimentos en
función de las reglas del mercado. La sensación que tengo es que la agricultura
urbana no llegó todavía a generar excedentes de importancia, ni tampoco, más
allá de determinadas experiencias, a insertarse plenamente en el marco de la
economía social y solidaria. Otro punto es la valorización del consumo de
productos locales, que todavía no está muy desarrollada en América Latina, tal
como acontece en Europa. Por lo menos, no de la misma manera. Es decir, son
pocos los consumidores que se informan o se interesan sobre el origen de lo que
compran.
Las ciudades de ALC
registran un crecimiento con niveles de los más altos del mundo, principalmente
por migraciones rurales. ¿La agricultura urbana puede ayudar a integrar estas
poblaciones con un trabajo que conozcan? ¿Existen casos exitosos?
En la Argentina, el
Instituto Nacional de Tecnología Agropecuaria (INTA) implementó la estación
experimental AMBA (Área Metropolitana de Buenos Aires), la primera
especializada en agricultura urbana y periurbana en América Latina. Asimismo,
en el año 2010 el Ministerio de Agricultura lanzó el Programa Nacional de
Agricultura Periurbana. Uno de los componentes principales de estas iniciativas
fue la agrupación de los agricultores urbanos y periurbanos, muchos de ellos
campesinos originarios de Bolivia. El Estado avanzó mucho en el registro de
todas estas situaciones y generó instancias muy valiosas en lo referido a
asistencia técnica, abastecimiento de semillas, etc. Existe cierto grado de
coordinación entre los agricultores de la región en función de su origen
étnico, pero muy poco en forma sectorial. Como mencioné antes, la cercanía de
los mercados alimentarios urbanos es una ventaja para la agricultura urbana,
pero también una desventaja: el trabajo de la huerta compite directamente con
otros tipos de trabajos (la construcción, la industria textil, los servicios),
donde se ofrecen mejores salarios.
Ver el artículo completo en: http://nuso.org/articulo/la-agricultura-urbana-en-el-coro-de-una-redistribucion-de-poderes/
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