Entrevista a Carlos Pástor Pazmiño
Frente a la agroindustria hegemónica, la agroecología busca superar la dependencia de los combustibles fósiles y de tecnologías contrapuestas a la sostenibilidad de los ecosistemas. Uno de sus principales propósitos es fortalecer los sistemas de producción de alimentos que ponen en el centro la agricultura local. Para los campesinos supone la posibilidad de acceder a tierra, semillas, agua, créditos y mercados locales. Esta forma de agricultura avanza fuertemente en América Latina. En la actualidad se revela como una forma de resistencia frente a un modelo agroindustrial agotado que beneficia a unos pocos y que pone en peligro la vida.
La concentración y el acaparamiento de los recursos productivos son rasgos históricos de los procesos de acumulación en la región. La novedad está en que se han intensificado al cabo de las últimas décadas. Esto explica y acentúa la inequidad distributiva. No se trata solamente del ingreso y de la riqueza. Por ejemplo, la tierra y el agua, para mencionar dos bienes estratégicos, también están altamente concentrados. No es un hecho fortuito que los índices de concentración de la tierra en América Latina estén entre los más altos del mundo.
Hablar de los factores históricos que constituyen la base de la injusta distribución de la tierra nos remite a la apuesta exacerbada por los monocultivos intensivos destinados a la agroexportación. Este modelo tiende a utilizar agroquímicos en grandes cantidades y, con los avances biotecnológicos, ahora recurre a semillas industriales y transgénicas con el argumento de incrementar la productividad, alimentar al mundo e ingresar divisas a los países exportadores. Pero estos argumentos son en esencia falaces. Los productos que ofrecen están destinados a los mercados internacionales, principalmente a Estados Unidos, la Unión Europea, Rusia y China. Todos ellos han sido comoditizados y están atados a las bolsas de valores y a la especulación financiera. Los promotores de este modelo son las grandes corporaciones multinacionales aliadas a las élites rentistas locales. Son, de hecho, quienes condicionan las políticas públicas de los Estados nacionales al vaivén de sus intereses. Mientras tanto, este sistema productivo sigue deteriorando los ecosistemas, provoca la pérdida de biodiversidad, la expansión de la frontera agrícola, la descampenización y, en consecuencia, aumenta el riesgo asociado al cambio climático.
Hay suficientes indicios para demandar el respeto del principio precautorio respecto a varias de las aplicaciones científicas que han surgido de la biotecnología moderna, sobre todo en lo que se refiere a las especies transgénicas. Este principio señala que si hay sospechas razonables de que ciertas aplicaciones científicas o tecnológicas son capaces de provocar perjuicios graves a los seres humanos y a los ecosistemas en general, debe impedirse o postergarse su uso. Las moratorias son aquí un poderoso instrumento para hacer valer el principio de precaución. Sin embargo, la magnitud de los intereses económicos de la agroindustria intensiva logra imponerse sobre el interés general. Si esta situación persiste, aun cuando en los años o décadas siguientes se reconociese el peligro de estos procesos y productos, el daño será en muchos casos irreversible. Por esa razón, es necesario organizarnos mejor para incidir en políticas de ciencia y tecnología más respetuosas con un metabolismo social-ecológico capaz de reproducir las condiciones de vida en un entorno sano y diverso.
A pesar de contar con poca tierra, la agricultura familiar campesina representa más de las tres cuartas partes de las unidades de producción en la región, al tiempo que absorbe una porción significativa de la oferta rural de empleo. A nivel mundial se estima que más de la mitad de los alimentos en el mundo provienen de la pequeña agricultura, de pequeñas fincas, especialmente a cargo de mujeres. En América Latina 8 de cada 10 unidades productivas están en manos de pequeños productores, pero representan apenas una quinta parte del total de las tierras agrícolas.
Frente a la agricultura intensiva que empobrece la diversidad, las agriculturas para la vida promueven la conservación y la diversidad del patrimonio biogenético. Hasta hace algunas décadas podíamos encontrar cientos de variedades de papas, maíz, arroz, cereales, frutas, entre otros géneros, en tanto que hoy, como resultado de los impactos del monocultivo industrial y de otros factores, miles de especies han desaparecido.
Por ello es importante resaltar que a lo largo y ancho de América Latina perviven formas ancestrales de producción de alimentos que conviven, en muchos casos subsumidas y en otros en franca disputa, con las lógicas productivas del capitalismo agrario hegemónico. Estas formas productivas ancestrales -que podemos denominar como alternativas- son llevadas a cabo predominantemente por los pueblos indígenas y comunidades campesinas que habitan gran parte de los territorios de nuestro continente. A estos se suman las actividades productivas de los pescadores artesanales, las comunidades afrodescendientes y otras comunidades tradicionales que reproducen sus formas de vida a partir de la producción de alimentos para el auto sustento, en complementariedad con la producción de cultivos para los mercados locales y/o nacionales. Por otra parte, en las últimas décadas se fueron conformando diversas corrientes dentro de la agronomía, ligadas a las luchas campesinas e indígenas, que sistematizaron diversas formas de producción alternativa, integrando saberes técnicos y agronómicos con saberes campesinos, indígenas y de otros actores rurales subalternos que dieron lugar a lo que hoy conocemos como agroecología.
La agroecología tiene varias connotaciones. Quisiera enfatizar aquellas que la conciben como el conjunto de saberes y prácticas de producción alimentaria que buscan superar la dependencia de los combustibles fósiles así como de tecnologías contrapuestas a la sostenibilidad de los ecosistemas y, en su lugar, pretenden fortalecer sistemas de producción de alimentos que ponen en el centro la agricultura local, la producción nacional de alimentos por campesinos y familias rurales y urbanas, con base en la innovación socioecológica sustentable, los recursos locales y la energía solar. Para los campesinos, mientras tanto, supone la posibilidad de acceder a tierra, semillas, agua, créditos y mercados locales, mediante políticas de apoyo económico, iniciativas financieras, oportunidad de mercados y tecnologías agroecológicas. El propósito central de la agroecología es ir más allá́ de las prácticas agrícolas alternativas y desarrollar agroecosistemas con una mínima dependencia de agroquímicos e insumos de energía. La agroecología es un concepto en permanente construcción, con una fuerte carga política de lucha y resistencia, así como de disputa simbólica y material, que reclama un lugar destacado dentro de las formas alternativas de producción agrícola en el continente y en planeta en su conjunto.
La agroecología postula la articulación horizontal entre distintos saberes técnicos y agronómicos, procedentes tanto del saber académico/científico de la agronomía universitaria como de los saberes populares indígenas y/o campesinos (y de otros sujetos rurales subalternos). De esta integración de saberes emerge una lógica productiva sensible a considerar e integrar las condiciones climáticas, culturales, sociales y territoriales de cada espacio local. Desde esta perspectiva no existe una forma unívoca de producir de forma agroecológica. Sin perjuicio de esta afirmación, en un reciente ensayo sobre Agriculturas alternativas y Transformación Social-Ecológica que escribí junto con los colegas Luciano Concheiro y Juan Wharen, planteamos que es posible identificar algunas orientaciones y beneficios comunes dentro de la diversidad de prácticas agroecológicas:
Quisiera puntualizar una idea final. Se suele tildar a los promotores de la agroecología como voluntaristas, fanáticos que ignoran los «desafíos reales de alimentación» que enfrenta el planeta. O bien se nos etiqueta como opositores radicales a los avances tecnológicos, sobre todo en el campo de la biotecnología. La realidad es que ninguna de las dos acusaciones es, al fin y al cabo, cierta. Los sistemas alternativos de producción, con los debidos apoyos desde las políticas públicas y las regulaciones de mercado pertinentes, son capaces de alimentar en forma sana a toda la población mundial. Las cifras de producción de alimentos agrícolas consumidas por seres humanos avalan esta afirmación.
En cuanto a la postura sobre el avance científico y tecnológico, la agroecología es compatible con aquellas innovaciones que prueben ser social y ambientalmente responsables. Lo que vemos es que los principales financiamientos para la producción de ciencia agrícola –como de la ciencia en general- están orientados a promover el control de las cadenas de valor y el enriquecimiento de las empresas transnacionales, excluyendo o subordinando el medio ambiente y las necesidades humanas auténticas.
Si algo puede llamarse fanático hoy día es la creencia ciega de que la acumulación de capital ilimitado puede ir de la mano con la protección integral de los ecosistemas y con la promoción de la salud humana. La agroecología conviene verla entonces como un referente ético y demostrativo de lógicas y sistemas alternativos frente a los actuales desafíos sociales y ambientales.
Carlos Pástor Pazmiño es un politólogo ecuatoriano. Es doctor en Estudios Latinoamericanos por la Universidad Andina Simón Bolívar. Es un destacado investigador de las problemáticas agrarias, los grupos económicos agroalimentarios, las luchas campesinas e indígenas y la geopolítica agraria. Es miembro del grupo de trabajo Estudios Críticos del Desarrollo Rural del Consejo Latinoamericano de Ciencias Sociales (CLACSO). Se desempeña como asesor de la Subsecretaria de Agricultura Familiar Campesina del Ministerio de Agricultura y Ganadería de Ecuador.
Colaboración del Proyecto FES-Transformación para Nueva Sociedad
http://nuso.org/articulo/el-papel-de-la-agroecologia-frente-la-agroindustria-hegemonica/
Frente a la agroindustria hegemónica, la agroecología busca superar la dependencia de los combustibles fósiles y de tecnologías contrapuestas a la sostenibilidad de los ecosistemas. Uno de sus principales propósitos es fortalecer los sistemas de producción de alimentos que ponen en el centro la agricultura local. Para los campesinos supone la posibilidad de acceder a tierra, semillas, agua, créditos y mercados locales. Esta forma de agricultura avanza fuertemente en América Latina. En la actualidad se revela como una forma de resistencia frente a un modelo agroindustrial agotado que beneficia a unos pocos y que pone en peligro la vida.
¿Cuáles son las principales orientaciones de los sistemas agrícolas actualmente hegemónicos en América Latina? ¿Qué papel cumple la biotecnología en estos sistemas?
La agroexportación y la extracción de materias primas minerales y energéticas han sido las principales vías a la que han recurrido los Estados latinoamericanos para insertarse en la economía mundial. Los gobiernos asumen estas exportaciones como el camino más fácil para financiarse, aún cuando una porción considerable de las divisas que generan estos rubros quedan fuera de los países debido a la remisión de utilidades de las grandes corporaciones o por la fuga de capitales provocada por las élites locales.La concentración y el acaparamiento de los recursos productivos son rasgos históricos de los procesos de acumulación en la región. La novedad está en que se han intensificado al cabo de las últimas décadas. Esto explica y acentúa la inequidad distributiva. No se trata solamente del ingreso y de la riqueza. Por ejemplo, la tierra y el agua, para mencionar dos bienes estratégicos, también están altamente concentrados. No es un hecho fortuito que los índices de concentración de la tierra en América Latina estén entre los más altos del mundo.
Hablar de los factores históricos que constituyen la base de la injusta distribución de la tierra nos remite a la apuesta exacerbada por los monocultivos intensivos destinados a la agroexportación. Este modelo tiende a utilizar agroquímicos en grandes cantidades y, con los avances biotecnológicos, ahora recurre a semillas industriales y transgénicas con el argumento de incrementar la productividad, alimentar al mundo e ingresar divisas a los países exportadores. Pero estos argumentos son en esencia falaces. Los productos que ofrecen están destinados a los mercados internacionales, principalmente a Estados Unidos, la Unión Europea, Rusia y China. Todos ellos han sido comoditizados y están atados a las bolsas de valores y a la especulación financiera. Los promotores de este modelo son las grandes corporaciones multinacionales aliadas a las élites rentistas locales. Son, de hecho, quienes condicionan las políticas públicas de los Estados nacionales al vaivén de sus intereses. Mientras tanto, este sistema productivo sigue deteriorando los ecosistemas, provoca la pérdida de biodiversidad, la expansión de la frontera agrícola, la descampenización y, en consecuencia, aumenta el riesgo asociado al cambio climático.
¿Cómo se están valorando los actuales avances científicos en el campo de la biotecnología desde la perspectiva agroecológica?
La biotecnología, en tanto manejo y uso de organismos vivos y de células en la elaboración de productos o en la mejora de plantas y animales, es tan antigua como la agricultura y la ganadería. El problema está en el sesgo que se observa al menos en las tres últimas décadas. La llamada «biotecnología moderna» se caracteriza por intervenir la vida en escala molecular hasta hacer desaparecer las barreras entre los organismos. Mientras la biotecnología tradicional se ha concentrado en procesos bioquímicos que se presentan en la naturaleza, la biotecnología moderna se especializa en el campo molecular a partir de los avances en la ingeniería genética, modificando los rasgos de un organismo vivo o introduciendo cualidades de un organismo vivo a otro. Estamos ante un campo del conocimiento que ha provocado una revolución científico-técnica y productiva que, por su orientación, ha sido un instrumento para reforzar la agricultura intensiva de exportación, con una acentuada dependencia de insumos artificiales. Estas formas de producción contaminan las fuentes de agua, degradan los suelos y, en general, ponen en riesgo la vida misma, tal como lo reconocen los estudios de bioseguridad que nacieron en respuesta a la nueva biotecnología. La inclinación por este tipo de biotecnología permite a las multinacionales del agro controlar prácticamente el proceso productivo en su conjunto, desde el origen de la semilla hasta la distribución y el consumo de los alimentos.Hay suficientes indicios para demandar el respeto del principio precautorio respecto a varias de las aplicaciones científicas que han surgido de la biotecnología moderna, sobre todo en lo que se refiere a las especies transgénicas. Este principio señala que si hay sospechas razonables de que ciertas aplicaciones científicas o tecnológicas son capaces de provocar perjuicios graves a los seres humanos y a los ecosistemas en general, debe impedirse o postergarse su uso. Las moratorias son aquí un poderoso instrumento para hacer valer el principio de precaución. Sin embargo, la magnitud de los intereses económicos de la agroindustria intensiva logra imponerse sobre el interés general. Si esta situación persiste, aun cuando en los años o décadas siguientes se reconociese el peligro de estos procesos y productos, el daño será en muchos casos irreversible. Por esa razón, es necesario organizarnos mejor para incidir en políticas de ciencia y tecnología más respetuosas con un metabolismo social-ecológico capaz de reproducir las condiciones de vida en un entorno sano y diverso.
Usted ha investigado y participado en la gestión de iniciativas para potenciar la agroecología como una de las alternativas ante el agro negocio basado en monocultivos. ¿Cómo calificaría a la agroecología y cuáles son sus principales beneficios?
En el mundo de la agricultura, existen sistemas alternativos al modelo hegemónico. Por una parte, hay una gama diversa de productores de pequeña y mediana escala que, sin ser necesariamente sujetos campesinos o indígenas, producen alimentos para el mercado local y/o nacional mediante sistemas diferentes, aunque generalmente subsumidos parcial o totalmente a las lógicas de producción, distribución y comercialización del modelo agroindustrial.A pesar de contar con poca tierra, la agricultura familiar campesina representa más de las tres cuartas partes de las unidades de producción en la región, al tiempo que absorbe una porción significativa de la oferta rural de empleo. A nivel mundial se estima que más de la mitad de los alimentos en el mundo provienen de la pequeña agricultura, de pequeñas fincas, especialmente a cargo de mujeres. En América Latina 8 de cada 10 unidades productivas están en manos de pequeños productores, pero representan apenas una quinta parte del total de las tierras agrícolas.
Frente a la agricultura intensiva que empobrece la diversidad, las agriculturas para la vida promueven la conservación y la diversidad del patrimonio biogenético. Hasta hace algunas décadas podíamos encontrar cientos de variedades de papas, maíz, arroz, cereales, frutas, entre otros géneros, en tanto que hoy, como resultado de los impactos del monocultivo industrial y de otros factores, miles de especies han desaparecido.
Por ello es importante resaltar que a lo largo y ancho de América Latina perviven formas ancestrales de producción de alimentos que conviven, en muchos casos subsumidas y en otros en franca disputa, con las lógicas productivas del capitalismo agrario hegemónico. Estas formas productivas ancestrales -que podemos denominar como alternativas- son llevadas a cabo predominantemente por los pueblos indígenas y comunidades campesinas que habitan gran parte de los territorios de nuestro continente. A estos se suman las actividades productivas de los pescadores artesanales, las comunidades afrodescendientes y otras comunidades tradicionales que reproducen sus formas de vida a partir de la producción de alimentos para el auto sustento, en complementariedad con la producción de cultivos para los mercados locales y/o nacionales. Por otra parte, en las últimas décadas se fueron conformando diversas corrientes dentro de la agronomía, ligadas a las luchas campesinas e indígenas, que sistematizaron diversas formas de producción alternativa, integrando saberes técnicos y agronómicos con saberes campesinos, indígenas y de otros actores rurales subalternos que dieron lugar a lo que hoy conocemos como agroecología.
La agroecología tiene varias connotaciones. Quisiera enfatizar aquellas que la conciben como el conjunto de saberes y prácticas de producción alimentaria que buscan superar la dependencia de los combustibles fósiles así como de tecnologías contrapuestas a la sostenibilidad de los ecosistemas y, en su lugar, pretenden fortalecer sistemas de producción de alimentos que ponen en el centro la agricultura local, la producción nacional de alimentos por campesinos y familias rurales y urbanas, con base en la innovación socioecológica sustentable, los recursos locales y la energía solar. Para los campesinos, mientras tanto, supone la posibilidad de acceder a tierra, semillas, agua, créditos y mercados locales, mediante políticas de apoyo económico, iniciativas financieras, oportunidad de mercados y tecnologías agroecológicas. El propósito central de la agroecología es ir más allá́ de las prácticas agrícolas alternativas y desarrollar agroecosistemas con una mínima dependencia de agroquímicos e insumos de energía. La agroecología es un concepto en permanente construcción, con una fuerte carga política de lucha y resistencia, así como de disputa simbólica y material, que reclama un lugar destacado dentro de las formas alternativas de producción agrícola en el continente y en planeta en su conjunto.
La agroecología postula la articulación horizontal entre distintos saberes técnicos y agronómicos, procedentes tanto del saber académico/científico de la agronomía universitaria como de los saberes populares indígenas y/o campesinos (y de otros sujetos rurales subalternos). De esta integración de saberes emerge una lógica productiva sensible a considerar e integrar las condiciones climáticas, culturales, sociales y territoriales de cada espacio local. Desde esta perspectiva no existe una forma unívoca de producir de forma agroecológica. Sin perjuicio de esta afirmación, en un reciente ensayo sobre Agriculturas alternativas y Transformación Social-Ecológica que escribí junto con los colegas Luciano Concheiro y Juan Wharen, planteamos que es posible identificar algunas orientaciones y beneficios comunes dentro de la diversidad de prácticas agroecológicas:
- La producción prioriza el autoconsumo y la comercialización en espacios locales.
Privilegia el uso de fertilizantes y otros productos de origen biológico para cuidar y fortalecer los cultivos y, que, de preferencia, puedan ser producidos por el propio campesino/a u obtenidos a bajo costo sin que sean dañinos a la naturaleza circundante ni provoque impactos sanitarios negativos. - Promueve una alta rotación de cultivos y la permanente complementariedad y asociación entre diferentes plantas para potenciar la fertilidad de la tierra durante el ciclo productivo, así como dejar en barbecho (descanso) la tierra cada determinado tiempo (establecido de acuerdo a las condiciones de cada espacio productivo).
- Prioriza el uso de energía renovable y/o autogenerada (energía solar, eólica, hidroeléctrica a micro escala, biogás, etc.) en detrimento del uso de las energías convencionales (carbón, gas, petróleo, hidroeléctricas a mega escala, nuclear, etc.).
- Promueve espacios de comercialización en circuitos cortos con la menor cantidad de intermediarios posibles, fomentando también otras formas de intercambio no capitalista (trueque, trabajo comunitario/voluntario, créditos sin intereses, etc.).
- Considera dentro del proceso el reciclado de diferentes elementos de descarte que pueden reconvertirse en el propio ciclo productivo (compost con desechos orgánicos, fertilizantes o biogás a partir del excremento de animales, reutilización de agua de lluvias y uso doméstico para el riego, etc.).
- Concibe que el uso de maquinarias y de tecnología se encuentren al servicio del productor campesino, para mejorar o aligerar su fatiga en el trabajo, pero el proceso de trabajo queda siempre bajo la (auto) gestión del productor familiar campesino. Contrario a lo que ocurre en la lógica empresarial del agro negocio, donde los trabajadores, como en el conjunto de la industria capitalista, quedan subsumidos a la lógica del capital, las maquinarias y la tecnología perdiendo su capacidad de gestión del ciclo productivo.
- Complementa la (auto) gestión del proceso de trabajo y del ciclo productivo con los propios ciclos de la naturaleza, a fin de propiciar una relación de armonía entre la producción agrícola con la reproducción de la vida humana con perspectiva de género y la propia reproducción de los ecosistemas.
- Favorece la creación de un tipo de trabajo que genera mayor empleo por hectárea respecto a las grandes plantaciones de monocultivos.
- Cumple en general funciones vitales que el tradicional capitalismo agrario no contabiliza, tales como: el resguardo de saberes ancestrales, resiliencia climática, guardianía de semillas, practicas plurinacionales e interculturales, cuidado de bosques y defensa de la soberanía alimentaria.
Quisiera puntualizar una idea final. Se suele tildar a los promotores de la agroecología como voluntaristas, fanáticos que ignoran los «desafíos reales de alimentación» que enfrenta el planeta. O bien se nos etiqueta como opositores radicales a los avances tecnológicos, sobre todo en el campo de la biotecnología. La realidad es que ninguna de las dos acusaciones es, al fin y al cabo, cierta. Los sistemas alternativos de producción, con los debidos apoyos desde las políticas públicas y las regulaciones de mercado pertinentes, son capaces de alimentar en forma sana a toda la población mundial. Las cifras de producción de alimentos agrícolas consumidas por seres humanos avalan esta afirmación.
En cuanto a la postura sobre el avance científico y tecnológico, la agroecología es compatible con aquellas innovaciones que prueben ser social y ambientalmente responsables. Lo que vemos es que los principales financiamientos para la producción de ciencia agrícola –como de la ciencia en general- están orientados a promover el control de las cadenas de valor y el enriquecimiento de las empresas transnacionales, excluyendo o subordinando el medio ambiente y las necesidades humanas auténticas.
Si algo puede llamarse fanático hoy día es la creencia ciega de que la acumulación de capital ilimitado puede ir de la mano con la protección integral de los ecosistemas y con la promoción de la salud humana. La agroecología conviene verla entonces como un referente ético y demostrativo de lógicas y sistemas alternativos frente a los actuales desafíos sociales y ambientales.
Carlos Pástor Pazmiño es un politólogo ecuatoriano. Es doctor en Estudios Latinoamericanos por la Universidad Andina Simón Bolívar. Es un destacado investigador de las problemáticas agrarias, los grupos económicos agroalimentarios, las luchas campesinas e indígenas y la geopolítica agraria. Es miembro del grupo de trabajo Estudios Críticos del Desarrollo Rural del Consejo Latinoamericano de Ciencias Sociales (CLACSO). Se desempeña como asesor de la Subsecretaria de Agricultura Familiar Campesina del Ministerio de Agricultura y Ganadería de Ecuador.
Colaboración del Proyecto FES-Transformación para Nueva Sociedad
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