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Las
propiedades de las legumbres son conocidas desde hace siglos. En su Rerum
Rusticarum(37 a.c), el antiguo erudito romano, Marco Terencio Varrón,
recomendaba plantarlas en suelos pobres, ya que estos no requieren muchos
nutrientes. Según advertía Varrón, estas leguminosas no sólo ofrecen resultados
inmediatos en forma de granos, sino suelos enriquecidos para cultivos
subsiguientes.
Sin embargo, los granos son más viejos que el
Imperio Romano. Estos cultivos están indisolublemente unidos a las primeras
civilizaciones desarrolladas en el Creciente Fértil durante el Neolítico, así
como a los orígenes de la agricultura.
Gracias a un aumento de la temperatura durante
aquella era, así como a la abundancia de agua de la región y otros recursos
naturales, grupos de cazadores-recolectores nómadas aprenden a cultivar
cosechas y domesticar animales, convirtiéndose en los primeros agricultores que
se establecieron en la historia. Entonces la agricultura definitivamente había
comenzado.
A partir de entonces, los agricultores empiezan a
cultivar legumbres y cereales, y también inician la cría de ganado, tales como
ovejas, cabras y vacas. Entre las primeras grandes cosechas de leguminosas
cultivadas en esta región están las habas, los garbanzos, guisantes y lentejas.
Los frijoles y el caupí son cultivados en América Latina y África,
respectivamente.
Como alimento básico, las legumbres jugaron un
papel crucial en las dietas antiguas. Comparados con otros cultivos, estos eran
fáciles de almacenar gracias a su larga vida en contenedores -recordemos que la
refrigeración no existía- demostrando así ser aliadas clave contra el hambre.
Las legumbres, tal como las conocemos hoy en día,
evolucionaron a través de la selección genética de los agricultores. Esto se
puede confirmar en el hecho de que las legumbres domesticadas presentan
características que no pueden encontrarse en las variedades silvestres, como
por ejemplo: cáscara más delgada; mayor tamaño de la semilla; falta de
diseminación (es decir, rotura de la vaina) y mecanismos de latencia (es decir,
la inhibición de la germinación) y determinado hábito de crecimiento (como por
ejemplo, el que las semillas germinan todas juntas).
Las legumbres han sido uno de los principales
impulsores de la civilización. La vida tal como la conocemos hoy en día no
sería posible sin estas pequeñas pero poderosas aliadas.
Sin embargo, el papel
de las legumbres está lejos de terminar. Éstas no sólo contribuyen a la
seguridad alimentaria y la salud, por su alto valor nutritivo, sino además por
su capacidad de incrementar la biodiversidad y ofrecer una importante
contribución a la adaptación al cambio climático y su mitigación. A pesar de
que han existido durante siglos, los cultivos de leguminosas jugarán un papel
fundamental en nuestro futuro sostenible.
References: A. M. De Ron (ed.), Grain Legumes,
Handbook of Plant Breeding 10, Springer Science+Business Media, New York 2015
http://www.fao.org/pulses-2016/news/news-detail/es/c/431518/
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