Comida no... biomasa: cambios agronómicos, ambientales y económicos en la agricultura argentina y sudamericana

Por Walter A. PengueMarzo



El paquete tecnológico integrado por la soja transgénica, la siembra directa y su sistema de herbicidas es el mascarón de proa de un fuerte proceso agroindustrial que desplaza las actividades agropecuarias, las concentra en cada vez menos producciones, promueve un permanente aumento de escala y prioriza, en función de los precios globales, muy pocoscommodities, como la soja y el maíz. Además, la producción de biomasa con distintos fines (alimentos, forrajeros, biocombustibles, biomateriales) ha desplazado la producción con fines alimenticios, con efectos negativos sobre la seguridad y la soberanía alimentarias.

En las dos últimas décadas, las transformaciones agrícolas, no solo en la Argentina sino en buena parte del mundo, han generado un cambio tecnológico sin precedentes en el campo agronómico, biotecnológico y económico sectorial. No obstante, el nuevo modelo agropecuario plantea interrogantes acerca de sus efectos ecológicos, que están contribuyendo a cambiar la faz y la sustentabilidad ambiental del globo.Desde los años 90, en el agro argentino se desarrolló un importante proceso de cambio tecnológico, impulsado inicialmente en la planicie chacopampeana. Esos cambios siguieron luego en Brasil, Uruguay, Paraguay y finalmente en Bolivia, y generaron transformaciones en las formas de producción, en la apropiación de los recursos, en el uso de la tierra y de los recursos naturales. Cabe destacar también la escala creciente de la producción anual de los cultivos de exportación, la intensificación en el uso de insumos y los nuevos conocimientos de gestión agropecuaria, de manejo del capital económico y financiero, y de los recursos humanos. No obstante, los impactos y trade-offs ambientales y sociales fueron pobremente evaluados.

El cambio tecnológico en el agro argentino se produjo a partir de la década de 1990 con la llegada no solo del paquete tecnológico, sino de una nueva lógica empresaria vinculada a la siembra directa1. Pero los impactos más importantes comenzaron a producirse más allá de la mitad de esa década, con el ingreso de los cultivos genéticamente modificados, en especial la soja rr (ahora la rr2bt), relacionada con el herbicida glifosato y el manejo tecnológico asociado.

La transformación del sector se dio así en un periodo de menos de cinco años (entre 1996 y 2001), cuando toda la producción sojera pasó a ser transgénica, con crecientes volúmenes exportables. De esta forma, en la actualidad se llegó a la incursión de un nuevo estilo de difusión tecnológica con las nuevas sojas rr2bt, difundidas especialmente en Brasil y Argentina y que comienzan a generar serias tensiones por el pago de regalías por las semillas, lo cual da cuenta de una transferencia aún mayor de poder desde los agricultores hacia el gobierno y los grupos biotecnológicos más concentrados.

Mientras Argentina incorporaba y promovía la adopción de nuevas tecnologías (granos, agroquímicos, maquinarias para siembra directa, pulverizadoras), el país perdía tres establecimientos agropecuarios por día (1996 a 2003), hecho que cambió con el viraje de los precios internacionales a principios del siglo xxi (2003 a 2012). Esta situación, a su vez, permitió un proceso de recuperación de los agricultores medianos y grandes que habían sobrevivido a la crisis del sector.

Demanda global y recursos: ¿una oportunidad para Argentina?

La agricultura es una de las actividades humanas que más intensamente han transformado el paisaje mundial, y en la actualidad se dirimen a escala global varios modos de llevarla adelante. Los orígenes de las fuentes de alimento y bienes del «campo» dividen al mundo en tres grandes modelos: el modelo de la agricultura industrial (transgénico), intensivo y aún comprometido con impactos ambientales globales, da de comer o genera fuentes de alimento para unos 2.000 millones de personas. El segundo gran modelo global, el de la Revolución Verde, sostenido en una fuerte carga de agroquímicos, fertilizantes, riego intensivo y maquinaria, todavía se expande en una parte de África, Asia, América Latina e incluso Europa, y de él dependen otros 2.500 millones de seres humanos. Los dos primeros están asociados a fuertes impactos ambientales y sociales, desde la contaminación por agroquímicos, fertilizantes y otros tóxicos hasta la degradación ambiental por expansión de la frontera agropecuaria, afectación de poblaciones rurales y campesinas e impacto creciente en el desplazamiento de pueblos originarios. El último, el de la agricultura familiar, campesina, indígena, de prácticas orgánicas o agroecológicas, da de comer a otros 2.500 millones. La propia Organización de las Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación (fao, por sus siglas en inglés) reconoció en 2011, y reafirmó en 2015, la importancia de este modelo productivo en su relación directa con la seguridad alimentaria y con la construcción de escenarios locales de producción, consumo e intercambio.

Pero a pesar de lo que se piense a priori, el modelo de agricultura industrial intensiva no apunta ya a producir alimentos sino biomasa con distintos destinos. Por biomasa, se entiende toda la materia orgánica producida con distintos fines: carnes, leche, huevos, madera, granos, cereales, forrajes, etc. Esta biomasa puede destinarse, en parte, a la producción de comida para los seres humanos, pero también comienzan a competir por ella otras industrias, como las de los biocombustibles (energía), biomateriales o de alimentación animal de ganado mayor (vacas y cerdos), producción de pescado o la última y quizás menos visible: la de alimento para mascotas. Antes, el problema era de distribución de los alimentos, y el mundo tenía 1.000 millones de hambreados y la misma cifra de sobrealimentados. ¿Qué pasará ahora con las nuevas competencias? A la demanda global se suma la incursión de los países asiáticos (particularmente de China), con una creciente clase media y nuevos hábitos de consumo, la creciente demanda proteínica global y el desarrollo, desde 2008, de un fuerte mercado especulativo mundial en el negocio de las tierras agrícolas.

Existe en este momento una auténtica batalla por la proteína mundial, en la cual el cambio de hábitos alimentarios lleva a las sociedades del consumo de proteína vegetal a su transformación en proteína animal, vía el aumento mundial del consumo de carnes rojas, pescados, leche y huevos. Es decir, se trata del paso del consumo de alimentos basados en vegetales (soja y otros), a animales y sus derivados (alimentados con esos vegetales). Por otro lado, existe un mayor énfasis en comprender lo que sucede con los procesos de producción, pero se pone mucha menos atención en lo que ocurre con los recursos que permiten que esa producción exista, es decir, lo que llamamos recursos de base, como los suelos (calidad), tierras (cantidad), aguas y servicios de la biodiversidad.

1.
La siembra directa es una práctica de manejo agronómica mediante la cual, en lugar de utilizar el antiguo arado de rejas y otros instrumentos, prácticamente no se remueve el pan de tierra. En la agricultura industrial, el control de malezas en la siembra directa se hace utilizando agroquímicos, lo que genera un conjunto de críticas relacionadas especialmente con el aumento del uso de herbicidas.

Fonte: http://nuso.org/articulo/comida-no-biomasa/

Comentários