Casos concretos desde la mirada del buen vivir
Tenemos que cambiar el rumbo de
nuestra especie, y la agricultura urbana ya es en América Latina y el Caribe un
movimiento de supervivencia y de resistencia que puede contribuir a ello,
afirma la investigadora cubana María Caridad Cruz. Sus razones no son solo los
beneficios relacionados con la seguridad alimentaria y la inclusión social, la
disminución de los costos de traslado o la generación de ingresos y empleo,
entre otros, sino también su capacidad para generar un cambio sustancial en el
quehacer y la cultura de la gente a favor de la supervivencia del planeta.
Por Maria Caridad Cruz
La agricultura
urbana se distingue de la agricultura en el ámbito rural por su dimensión
cultural, espacial y económica. El ambiente urbano es complejo y diverso, y
practicar la agricultura ahí pide un mayor grado de diseño y planificación. La
agricultura urbana tiene ventajas propias, y constituye una solución
interesante no solamente desde el punto de vista de la seguridad alimentaria
sino también en términos del mejoramiento de la calidad de vida y la huella
ecológica de las ciudades.
Uno de los aspectos
más interesantes de la agricultura urbana, no obstante, es su dimensión
cultural. Las personas que la practican son las protagonistas de esta
agricultura y se apropian de ella. Si bien los motivos de cada uno a la hora de
practicar son diversos y muchas veces muy concretos, la agricultura urbana
permite otro acercamiento a la tierra y a la producción de alimentos.
En América Latina y
el Caribe existen varias experiencias de agricultura urbana que demuestran
esto. El caso de La Habana es de particular relevancia tanto por sus aspectos
socioeconómicos como culturales. La práctica de la agricultura urbana en esta
ciudad, además de haberse constituido como modelo para replicar en la región y
en el mundo, también sirve de ejemplo para entender concretamente la noción de
“buen vivir”.
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